27 enero 2013

Conviviendo


Elegimos el nombre del perro y del gato: aunque aún no compramos un perro, ni nos han regalado un gato -y aunque el nombre que elegí para le gato no te guste mucho. 
Trajimos mis cosas de a poco; como en una invasión silenciosa fui ganando terreno en tu casa, ahora nuestra casa. Primero pintaste la biblioteca y buscamos mis libros... recuerdo haberte dicho que sabría que nuestras vidas estaban unidas definitivamente el día que viera mis libros mezclados con tus libros, y tus discos mezclados con mis discos.  
Tiramos papeles y cosas viejas, compramos plantas y flores, y movimos todo de lugar. Armamos un sillón, cambiamos las cortinas y nos regalaron una mesa ratona. 
Armé un bolso, sólo uno, con toda mi ropa y la acomodé en el placard junto a la tuya. Mis remeras, tus remeras, mis sacos, tus camisas, tus zapatillas, mis sandalias y botas. Guardé mis carteras y pegué en la heladera nuestras fotos de cuando éramos chicos. 
A pesar de que siempre tuve llave y cepillo de dientes, durante meses dormí en tu casa, desperté en tu casa... hasta que una mañana se convirtió en nuestra casa; y qué feliz es la vida de a dos, ver tus colores mezclados con los míos, formando nuestros colores; ir escribiendo una historia nueva tan distinta, tan impredecible... un nuevo capítulo en el libro de mi vida.

Tengo algo en el cuerpo; inmóvil, palpitante... como un sueño del que nunca despierto, en un lecho en el que nunca me he acostado. Miro mis manos, que son las mismas manos, pero se sienten distintas; enciendo un tabaco, respiro la brisa, tomo una taza de café... siempre los mismos escenarios, las mismas luces, los colores desteñidos o demasiado brillantes; las mismas preguntas, los mismos anhelos, o quizás otros ¿Quién sabe?. 
Suelo preguntarme, no respondo pero llevo un secreto en la sangre... algo mío, algo que sé y no me doy cuenta, algo que descubro y luego despierto y vuelvo a perder. Y encuentro maravillas, y me hundo en desastres, lucho conmigo y me uno a mi misma todo el tiempo; en lo alto de un mundo muy bajo pero vertiginoso, en el silencio de la noche y los anhelos de lo mismo; la repetición edulcorada que no cansa a la lengua, y la deja degustar el momento una y otra vez, y otra, y otra.