No hay presagio esta vez, sólo la noche y todo lo que impregna el silencio de tu nombre. Sin estrellas, ni colores en los sueños, sólo niebla, bruma de madrugada húmeda y larga; tinto en soliloquio y diciembre entremezclando anhelos.
Como siempre, o como nunca antes, la sangre agolpada en la punta de los dedos; las imágenes y los olores de otra casa, las flores sin perfume, y el desorden de los cajones...
Luminiscencia, una estelita de vapor dibujada en la oscuridad, y el frío en los dedos. La lejanía, el ruido sordo, el calor de la libertad; el fondo rojizo del vaso, las pupilas dilatadas y el ácido en las células.