Algunas noches me siento en el jardín a buscar la luna y recordar tardes sin fin, esas copas de vino hasta el amanecer, ese viaje de ida hacia el universo entero. Y brindo con la noche, que se vuelve mi peor enemiga, como si me tiraran sal en las heridas.
Llegando al fin de la botella, o sólo al principio, cada tanto sufro un ataque al corazón. Me desarmo sin poder volver a armarme, y me quedo quietecita para que no me lleve el viento. La noche y yo compartimos algo, como una nostalgia de viejos amigos que se encuentran y se quedan en silencio contemplándose.
Ya vendrán los días cálidos, la lluvia de verano, el olor a tierra húmeda en la mañana. Por el momento el viento arrastra las flores, y en silencio me quedo mirando esos remolinos, y voy dejando ir el alma en ellos.