Yo un día soñé con la nieve; eterna, blancuzca, cegadora. Desperté entre sábanas frías con un déjà vu atravesado en el cerebro, y una taza de café que derramé en el piso al bajar los pies de la cama... maldita costumbre de dejar las tazas en el suelo, siempre en el suelo.
Las ventanas se empañan por el choque de frentes fríos y calientes, como se empañan los días de alegría cuando suceden cosas inesperadamente tristes.
Algunas mañanas me arrimo a la puerta esperando ver tu carta en el suelo, junto a las zapatillas que siempre están sucias y mal acomodadas sobre la alfombrita de la entrada. Tu carta nunca llega, debería dejar de esperarla pero no puedo. De muy chica recuerdo haberte pedido que me escribieras unas líneas, pero nunca te hiciste el tiempo para dedicarme esos renglones.
Siempre lo mismo; los sueños, la espera... secreta, silenciosa. Los despertares, repentinos, sutiles o tormentosos; los días corriendo, las noches cálidas y las tardes en los trenes. Se me pasan las horas, se entremezclan los sueños, la nieve y las flores; tu carta nunca llega.