Ese feroz desencuentro; desemboca en el cambio de estado de mis ganas, de sólidas a líquidas... y luego, peligrosamente, acompañadas del calor de mil infiernos, se convierten en vapores tóxicos que inundan los salones de la casa. Fervientemente combustiono anhelos, atravesando la noche, huérfana de predicciones, ardo en llamas azules consumiendo insomnios.
Quisiera renunciar a esos deseos ilógicos, emerger de esa demencia desmedida en la que navego por cientos de millas náuticas, sin brújula ni mapa, ni estrellas que guíen mi aventura. Para acabar atando mi barca en un puerto de arenas finas y cielos claros. Y sentir el sabor de la fruta madura, sin la reminiscencia de un hocico jadeante que todo lo devora. Para dormir en las noches como es debido, y vivir los días sin los fantasmas que me acompañan desde niña; ignorando esas presencias ectoplásmicas que sentencian mis pasos con presagios desdichados.
A la luz de la estrella madre, atraída por su fulgor magnificente, entrego rendida mi sangre a la tierra, con la lengua danzando entre sabores metálicos.
Cierro los ojos y me ofrezco al porvenir de mi desdicha.
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