05 febrero 2018

Infortunio

Pensé de niña que el tiempo era magnético
que todo podía atraerlo hacia mis manos...
aún el viento, que me dejaba tiritando en calma
aún los restos de la tierra que cubre a los animales muertos
y los relámpagos
que golpean el campo húmedo en las noches de tormenta.
Duermo y sueño con el pájaro que fui entonces,
a veces extraño esa virginidad del alma,
cuando todo lo importante era nombrar los colores
que se pintan sobre el cielo a las seis de la mañana
o atrapar la lluvia con el cuerpo
y observar la sombra de las nubes.
En ese devenir tan lleno de misterios y dulzuras,
cuando la calma tiene el perfume de las flores secas
voy aprendiendo que nadie tiene la culpa
de que en realidad el sol no pueda taparse con un dedo.

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