Lo primero que extrañamos fueron sus pisadas, que extraño ¿no?...
En la noche nos sentábamos los dos en el sillón, mamá y yo, y mirábamos el living estático y silencioso, recordando los pasos pesados de Paula. Por las mañanas también nos conmovía el silencio; faltaba el ruido de las tazas y cucharas chocando, el cd de Cat Power, el murmullo de su voz ronca tarareando melodías.
Paula se reía y llenaba toda la casa; llegaba y abría las ventanas, se sentaba en la mesada de la cocina, con los anteojos empañados por el vapor del té, y se reía; se reía de la vida y del caos, decía que no había problemas sino soluciones.
Mamá no se acostumbra a su ausencia, yo aún miro su cama vacía en las noches. En el aparador permanece intacta su taza roja, cubierta por el polvo; sobre su cómoda descansan apiladas y planchadas las últimas remeras y pantalones que puso a lavar. Todo está igual, en el mismo lugar, todo está ahí, menos Paula.
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