Golpeas la puerta, con el puño compacto contra los cristales rugosos; tres veces, luego una más. Cuatro minutos de silencio, una eternidad de sonidos y mi clásica indecisión.
Se filtra la luz verde, proyecta rectángulos en el piso; del otro lado del vidrio tu silueta esmerilada. Me ves, como yo te veo vos me ves... pero ninguno de los dos dice nada. Sé reconocer lo absurdo de la vida, una cápsula conteniendo un momento en vano.
Un vidrio verde esmerilado, siluetas difusas, dos bichos enfrentados; un océano de lejanía entremedio.
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