Un cúmulo de sonidos que marean,
el golpe en la sien putrefacta,
bienvenido al desierto de lo real.
A la calma que daña, al vacío repleto
a saberte extranjero en tu propia cabeza;
A la náusea de la noche insípida,
la taquicardia del desvelo soñando
cuando la certeza florece con espinas.
Tal vez ya sabías
cuál era el perfume de la ausencia,
pero cuando en un giro la noche se cierra
entre danzas de espectros inmóviles,
y te sorprende recitando premisas
ni verdaderas ni falsas,
en un soliloquio al patetismo,
estás allí, y aquí, y en ninguna parte
bailando, fantasmagórico,
como una ilusión para estos ojos tercos;
Y en el punto más álgido de la noche,
como una flor abandonada por el viento,
me diluyo en un mar que no existe.
22 febrero 2017
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