29 noviembre 2010

Veinticuatro.

A veces el dolor pareciera un adjetivo, que se te queda pegado junto al nombre, ahí, justo antes del apellido...

Complicada circunstancia la de tener que despegarse la etiqueta roja brillante, que te delata vayas a donde vayas, aunque lo quieras disimular.

Para hacerlo hace falta un cambio de actitud, lavarse bien la cara con agua fresca e irse deslizando lentamente por las calles más solitarias. Reinsertarse en el mundo de los vivos de a poco, paulatinamente y con mucho cuidado... porque si se hace de golpe, se corre el riesgo de caer en el vacío, en un agujero de gusano que te devuelva directo a lo anterior, al adjetivo, a la etiqueta despreciable.

Entonces hay que caminar despacio y en silencio, y sonreírse a uno mismo si de casualidad te encontrás reflejado en algún vidrio. Y sobre todo aceptar la comodidad de estar bien, de andar bien por la vida.

Estar bien es más simple cuando uno deja de proponérselo tanto, cuando uno aprende a caminar solo y en silencio y que eso alcance, que eso te haga feliz.

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